Fuente: El Heraldo de México/ Fausto Barajas
El próximo gobierno tiene la oportunidad de apostar por un plan de infraestructura y no cometer el error del gobierno actual, que primero apostó por promesas de proyectos vistosos mediáticamente, pero aislados y sin planeación.
- México necesita un gobierno que sepa planificar y ejecutar obras que realmente construya con criterios técnicos y Económicos. Proyectos que beneficien a todos los mexicanos
El virtual presidente electo ha anunciado proyectos de infraestructura emblemáticos, como el tren Transpeninsular, las refinerías, los 300 caminos a cabeceras municipales de Oaxaca, el aeropuerto en Santa Lucía, el corredor ferroviario en el Istmo de Tehuantepec o apoyo a colonias marginadas en la frontera y en el Edomex.
En 2012, el presidente Peña Nieto también anunció proyectos “bandera” como los trenes Transpeninsular, México–Querétaro y Toluca–Ciudad de México, la conclusión de las carreteras de Oaxaca–Puerto Escondido, Oaxaca–Istmo y la pavimentación en calles del oriente del Estado de México.
La estrategia del presidente se basó en el cumplimiento de sus compromisos. No fue sino hasta 2014 cuando presentó el Programa Nacional de Infraestructura 2014-2018, pero mantuvo como eje rector sus compromisos de campaña. No hubo cambios en la organización de la ejecución, ni compromisos claros con la inversión. Esta falta de planificación llevó a que este gobierno viera la infraestructura como algo prescindible. Al momento en el que tuvo que meter recortes al gasto, la infraestructura fue la primera en caer, incluso antes que el gasto corriente. De hecho, el sexenio de Peña Nieto se llevará el poco honroso récord de ser el de la mayor caída en inversión física presupuestal de la que se tenga registro.
De los proyectos mencionados líneas arriba, ninguno ha sido concluido, salvo la pavimentación de 83 kilómetros de calles del oriente del Estado de México: eso no es “Mover a México”.
Plantear proyectos aislados sin un rumbo claro de la infraestructura del país fue un error y la experiencia debe ser tomada en cuenta por el equipo de López Obrador para no repetirla.
Apostar por un plan de infraestructura es un camino rentable. Para la imagen política del gobierno, por la certidumbre que se transmite, y para el país, por una mejor organización en la ejecución de las obras.
El plan de infraestructura debe tener una visión de largo plazo que lleve a México a una economía más sostenible y, con una lógica sistémica, para la integración de la cartera de proyectos: de nada sirve un aeropuerto en Santa Lucía con una refinería en Tabasco y un tren en la Península de Yucatán si no hay una visión de conjunto de a dónde queremos llevar al país con esas obras.
Las promesas de campaña viables y rentables en lo social y en lo económico se deben integrar en el plan de infraestructura. Si las promesas no lo son, deben quedar fuera de los proyectos para ejecución. Los electores votaron para que AMLO hiciera las cosas mejor que Peña Nieto, y eso implica la elaboración de un Plan de Infraestructura serio, que brinde certidumbre a los sujetos interesados como las empresas constructoras, consultoras, gobiernos locales, fondos de inversión y sociedad en general.
La certidumbre permite a los actores trabajar de forma más ordenada y eficiente como sucedió en 2007-2012 con el primer Programa Nacional de Infraestructura del país.