El imponente proyecto de Porfirio Díaz para construir un gigantesco Palacio Legislativo
Fue en el año de 1897 cuando la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas decidió publicar una convocatoria donde invitaban a presentar proyectos para la nuevo y flamante sede del Poder Legislativo, donde se encontrarían las cámaras de Senadores y Diputados, pero que tenía la firme intención de convertirse en una nueva referencia del país.
Con dimensiones superiores a los 14 mil metros cuadrados, 112 metros de extensión en el frente y 68 metros de altura, el Palacio Legislativo de Porfirio Díaz esperaba convertirse en uno de los más grandes y lujosos del mundo, con referencia directa al Capitolio de Washington, en Estados Unidos.
A pesar de que también tenía el objetivo de celebrar el centenario de la Independencia de México, su designación y construcción siempre estuvo rodeado de polémica. De acuerdo con un informe publicado por la BBC, el elevado costo y la poca transparencia con la que fue elegido el arquitecto ganador fueron sus primeros tropiezos.
El propio Díaz fue quien designó al arquitecto francés, Émile Bérnard, quien diseñó la propuesta con la que comenzarían las obras y de donde se han obtenido todos los planos, pinturas y hasta maquetas que hoy guardan los vestigios de la construcción.
El espacio designado era una zona pantanosa, cerca de la colonia Tabacalera y a unos metros del Paseo de la Reforma. La primera piedra fue colocada por el presidente Porfirio Díaz donde hoy yace el Monumento a la Revolución un 23 de septiembre de 1910, en medio de los festejos por la Independencia y con el movimiento revolucionario a punto de explotar.
Debido al comienzo de la Revolución Mexicana y a la cantidad de recursos destinados para combatirla, el ambicioso proyecto quedó oficialmente suspendido en 1912, por lo que la estructura quedó abandonada y totalmente expuesta durante dos décadas.
A pesar de que el propio Émile Bérnard intentó rescatar su proyecto con una nueva idea en relación a las muertes que ocurrieron durante la revolución, el presidente Álvaro Obregón aceptó la idea en 1922; sin embargo, su asesinato se combinó con la muerte del propio Bérnard y se acabó el nuevo proyecto.
Quien rescató la obra inconclusa y lo convirtió en mausoleo fue el arquitecto Carlos Obregón Santacilia, quien le impregnó elementos propios del Art Déco y lo convirtió en “un espacio público en torno a la conmemoración de una revolución constante”.
El nuevo concepto comenzó en 1936 y finalizó en 1938, sin embargo, fue en 1970 cuando nuevamente quedó en abandono debido a fallas en los accesos y con un obstáculo permanente en el elevador, hasta que en 2010 el Gobierno de la Ciudad de México rescató el inmueble, se modernizó y se convirtió en un museo del proyecto y de la revolución en honor al movimiento.
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