Los bonos verdes cumplen 10 años. Un modelo para fomentar la sostenibilidad en los mercados de capital.
La llamada telefónica a la Tesorería del Banco Mundial fue sorpresiva: a fines de 2007, un grupo de fondos de pensiones suecos querían invertir en proyectos sobre el clima, pero no sabían cómo encontrar ese tipo de proyectos. Lo que sí sabían era adónde recurrir para pedir ayuda, y decidieron llamar al Banco Mundial. Menos de un año después, el Banco Mundial emitió el primer bono verde y, con ello, creó una nueva forma de conectar el financiamiento de los inversionistas con proyectos sobre el clima.
Los bonos son, básicamente, un acuerdo en virtud del cual los emisores toman en préstamo fondos de inversionistas y deben reembolsar dichos fondos a una tasa convenida al cabo de un plazo especificado. Gobiernos, empresas y muchas otras entidades emiten bonos para obtener financiamiento para proyectos. Emitir un bono no era novedad para el Banco Mundial. La institución viene haciéndolo desde 1947 para movilizar financiamiento en los mercados de capital para sus proyectos de desarrollo, pero nunca se había probado el concepto de un bono dedicado a un tipo específico de proyectos. La emisión del bono verde se convirtió en un acontecimiento histórico que cambió fundamentalmente la manera en que los inversionistas, los expertos en desarrollo, los responsables de la formulación de políticas y los científicos trabajan unidos.
Una cruda advertencia.
En 2017, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) —organismo de las Naciones Unidas que provee datos científicos sobre el cambio climático y sus efectos políticos y económicos— publicó un informe que relacionaba indiscutiblemente la actividad humana con el calentamiento global. Esa conclusión, sumada al aumento de los desastres naturales, motivó a un grupo de fondos de pensiones suecos a reflexionar sobre cómo podrían utilizar los ahorros que administraban para encontrar una solución. Se contactaron con su banco, Sandinaviska Enskilda Banken AB (SEB), para ver qué se podía hacer. Y fue el SEB el que hizo la conexión entre el financiamiento que buscaba reducir los riesgos para los inversionistas y producir un impacto positivo, por un lado, y el Banco Mundial, con sus amplios conocimientos sobre inversiones en proyectos ambientales en todo el mundo, por el otro.
Ideas innovadoras.
En retrospectiva, la solución parece sencilla. Los inversionistas querían un lugar seguro donde invertir su dinero y saber que estaban marcando una diferencia. El Banco Mundial tenía proyectos sobre medio ambiente que necesitaban financiamiento, contaba con un buen historial como emisor de bonos de alta calidad y tenía la capacidad de preparar informes sobre el impacto de sus proyectos. Pero faltaba un elemento: ¿cómo podrían los inversionistas tener la certeza de que los proyectos que estaban financiando abordaban problemas relacionados con el cambio climático?
Esto motivó otra llamada telefónica, esta vez al Centro de Investigación Internacional sobre el Clima y el Medio Ambiente (CICERO), un centro interdisciplinario de investigaciones climáticas con sede en Oslo. Los científicos de CICERO eran los principales expertos en la materia. Podían dar una opinión creíble acerca de si un proyecto tendría un impacto positivo en el medio ambiente.
Posteriormente, hubo muchas conversaciones más entre los fondos de pensiones, el SEB, CICERO y la Tesorería del Banco Mundial. Con frecuencia, el debate no fue fácil, especialmente dado que la mayoría de las veces, las distintas organizaciones tenían distintos puntos de vista, y era difícil salvar la brecha entre financiamiento, desarrollo y ciencia.
Un compromiso conjunto para encontrar una solución.
Finalmente, en noviembre de 2008 se alcanzó el éxito con la emisión del bono verde del Banco Mundial, que sirvió de modelo del mercado actual de bonos verdes. Se definieron los criterios para seleccionar proyectos que se financiarían con bonos verdes; se incluyó a CICERO para que proporcionara una segunda opinión, y se agregó la presentación de informes de impacto como una parte integral del proceso. También se probó un nuevo modelo de colaboración entre inversionistas, bancos, organismos de desarrollo y científicos. En definitiva, el bono fue el resultado del compromiso, la perseverancia y la determinación de todos los actores para encontrar una solución.
El Constructor: las administraciones, desde los gobierno municipales, deben estar enterados de todo fondo que existe, como en el Banco Mundial, que financian programas de mejoramiento para la sostenibilidad y financiar obras para contrarrestar la contaminación, elevar la higiene y la salud en las comunidades, para ello tienen que hacer proyectos para promover esos apoyos en beneficio de las sociedades que gobiernan, en algunos caso son a fondo perdido.